Rodeados de un público variopinto y que demostró ser gran conocedor de las evoluciones gastronómicas patrias, tuvimos la oportunidad de abrir boca degustando unas cuantas piezas del protagonista que allí nos congregaba: el langostino vinarocense. De ahí, y al tiempo que conocíamos mejor cómo se cría, pesca y prepara (lo ideal es con apenas un golpe de calor y agua de mar a ser posible), se dio paso a un menú preparado por el premiado chef del local, Ángel Palacios, que no dejó indiferente a nadie. A nuestro juicio, cabe destacar las creaciones vinculadas al certamen presentado, como unas correctas milhojas de langostinos asados con manzana o una interesante pero fallida fondue de queso con langostinos y yema de huevo, de sabores tan intensos que anulaban por completo el del propio crustáceo. Una lástima.
Igualmente, y en líneas generales, la velada resultó muy agradable y ciertamente divertida. Además, me permitió perder la virginidad (gastronómicamente hablando) en una de esas disciplinas que, casualidades de la vida, aún no lo había hecho: las ancas de rana. Una experiencia de la que no sólo salí airoso, sino muy satisfecho. Y no, no me supieron a pollo... (por José María Álvarez).