sábado, 2 de enero de 2010

Bodega La Ardosa, un clásico madrileño


Ayer comencé el Año Nuevo tomándome unas cervezas en uno de mis sitios preferidos a tal efecto, la Bodega La Ardosa. Y es que este clásico madrileño lleva más de tres décadas (con su actual configuración, ya que anteriormente era parte de una cadena centenaria) como referencia cervecera indiscutible en la capital.

Recuerdo que siendo un niño acompañaba a mis padres a tomar el aperitivo allí o a otro clásico como es la Taberna de Ángel Sierra en la Plaza de Chueca. Ya entonces me llamaban la atención los numerosos grifos con cervezas de todo tipo y las más diversas procedencias, aunque yo por entonces aún debía conformarme con un refresco y sus aceitunillas. Aunque lo que realmente me fascinaba era el tablón colocado encima de la entrada donde se apuntaban los resultados de un peculiar concurso que retaba a beber el mayor número de pintas posible en menos de cuatro horas; eso sí, siempre acompañado "de alguien responsable para que le lleve a casa". Huelga decir lo impresionado que me quedaba al saber que algún español, alemán o inglés (borrachos los hay de todas las nacionalidades) se había pimplado en tres horitas más de una docena de pintas de esa dorado líquido que todavía me estaba prohibido... No hay que desmerecer tampoco la barroca decoración del lugar, con botellas, carteles y latas de conservas de lo más variado, capaces de distraer la atención de cualquiera, ya no hablemos de un crío.

Pues bien, unos "añitos" después nada ha cambiado en La Ardosa. La cerveza tirada de escándalo (eso sí, para gente sin prisas, la clave está en tomárselo con calma y dejarlas reposar), el ambiente ecléctico y animado donde se mezclan padres con niños, jóvenes bohemios y abuelos del barrio, ese servicio tan castizo de toque algo chulesco y una oferta culinaria que vale mucho más de lo que pudiera parecer en principio. Para degustarla es recomendable hacerse con una de las cubas de la habitación tras la barra –sí, hay que pasar por debajo de la misma para hacerlo–, donde podremos disfrutar tranquilamente de una tortilla de patatas con varios premios a sus espaldas, un salmorejo de los mejores que he probado (y soy un obseso de este plato), su adictivo cazón en adobo, las exitosas pero algo bastas croquetas de variados sabores o incluso algunos platos de cuchara muy correctos. Por supuesto, también se puede acudir al laterio de nivel, los encurtidos y unas buenas patatillas. Y todo, claro, acompañado de alguna de sus cervezas o incluso un vermut de grifo. En definitiva, todo el sabor de las mejores tascas condensado en unos pocos metros cuadrados junto a la calle Fuencarral. ¿Se puede pedir más?