En mis últimas visitas a la Ciudad Condal, mis mejores experiencias gastronómicas han ocurrido en Dos Cielos y Dos Palillos (lo comprobaréis en los próximos números de Esquire). Pues bien, más allá de las similitudes en el nombre, ambas han sido vividas desde un lugar poco habitual en la alta cocina: la barra.
A pesar de ello, las propuestas no pueden ser más distintas: mientras que en Dos Palillos –el magnífico y bullicioso restaurante de tapas orientales creado por Albert Raurich, siete años como jefe de cocina de elBulli–, sentarse en los altos taburetes que rodean los fogones es la única opción disponible, en el casi zen Dos Cielos (foto de abajo), se trata de una opción reservada a una pequeña mesa alta con vistas a la cocina destinada a conocidos de los hermanos Torres.
¿Y cómo fue la experiencia? Pues apasionante en ambos casos por lo que desvelaron del funcionamiento de una cocina desde dentro, además del lujo que supone ver preparar la comida delante tuyo. En Dos Palillos, donde tuvimos la suerte de sentarnos junto a Raurich –y comentar la jugada con él, al igual que hace en la foto de arriba–, los comentarios eran más informales, así como las indicaciones (y alguna que otra bronca) de Raurich, y también nos llamó mucho la atención la mezcla de idiomas fruto de la variadísima procedencia de sus cocineros. Por su parte, en Dos Cielos la búsqueda de un ambiente relajado y tranquilo les lleva incluso a usar pinganillos para comunicarse, pero las discusiones alcanzan un tono más serio, más similar a lo que te imaginas que sucede en las bambalinas de los grandes restaurantes. Pese a ello, ya en las postrimerías de la comida pudimos ver como el buen rollo reinaba entre todos al terminar el servicio. Dos maneras distintas, por tanto, de mejorar una experiencia culinaria ya de por sí magnífica.
A pesar de ello, las propuestas no pueden ser más distintas: mientras que en Dos Palillos –el magnífico y bullicioso restaurante de tapas orientales creado por Albert Raurich, siete años como jefe de cocina de elBulli–, sentarse en los altos taburetes que rodean los fogones es la única opción disponible, en el casi zen Dos Cielos (foto de abajo), se trata de una opción reservada a una pequeña mesa alta con vistas a la cocina destinada a conocidos de los hermanos Torres.
¿Y cómo fue la experiencia? Pues apasionante en ambos casos por lo que desvelaron del funcionamiento de una cocina desde dentro, además del lujo que supone ver preparar la comida delante tuyo. En Dos Palillos, donde tuvimos la suerte de sentarnos junto a Raurich –y comentar la jugada con él, al igual que hace en la foto de arriba–, los comentarios eran más informales, así como las indicaciones (y alguna que otra bronca) de Raurich, y también nos llamó mucho la atención la mezcla de idiomas fruto de la variadísima procedencia de sus cocineros. Por su parte, en Dos Cielos la búsqueda de un ambiente relajado y tranquilo les lleva incluso a usar pinganillos para comunicarse, pero las discusiones alcanzan un tono más serio, más similar a lo que te imaginas que sucede en las bambalinas de los grandes restaurantes. Pese a ello, ya en las postrimerías de la comida pudimos ver como el buen rollo reinaba entre todos al terminar el servicio. Dos maneras distintas, por tanto, de mejorar una experiencia culinaria ya de por sí magnífica.