Acabo de pasar una semana en Malta y la verdad es que mis sensaciones son encontradas. Por una parte, la belleza de los atardeceres en Gozo y Comino (la foto de arriba es de la idílica Laguna Azul), las numerosas calas rocosas donde bañarse y practicar submarinismo o el encanto de ciudades como Valleta o Mdina –sus calles remuzan historia por los cuatro costados– enamorarían a cualquiera, pero la sobrexplotación turística y, sobre todo, su lamentable red de transportes serían también capaces de desquiciar a cualquiera. Las opciones de transporte son dos en Malta: alquilar un coche, acostumbrarse a circular por la izquierda y lanzarse a recorrer sus caóticas calles y carreteras en las que las normas de tráfico son ignoradas continuamente (encima aquí el neng y su coche pasarían desapercibidos por la calle), o retroceder 50 años en el tiempo –juro que son como los de la postal de abajo– y "disfrutar" de su surrealista red de autobuses gobernada por los conductores con peor humor que he visto en mi vida; no me extraña que las gentes de Malta sean tan fervientes en su fe, porque realmente es un milagro que no haya (aún) más accidentes. Ah, y para otro día dejaremos lo de su amor por los petardos y fuegos artificiales. De traca (y perdón por el chiste fácil).
Afortunadamente, y de eso hablamos aquí, la parte gastronómica del viaje ha sido plenamente satisfactoria. Calidad, precios moderados y cartas de vino sorprendentemente completas han sido la tónica habitual en todos los lugares que hemos visitado, aunque también es cierto que la dieta carece de cierta variedad y se reduce casi exclusivamente a pasta, quesos y pescado en la mayoría de sitios (no faltan tampoco asiáticos de nivel en casi todos los grandes hoteles, eso sí). Antes de nada, por cierto, les recomiendo si van a viajar allí la guía gastronómica local, The Definitive(ly) Good Guide, 9 euros muy bien invertidos. De los lugares visitados, destaco por encima de todos la excelente vinoteca Trabuxu (Valletta), el tipo de local que me encantaría llegar a montar algún día, con una carta pequeña pero sabrosa e ideal para ser compartida (esos ravioli a la maltesa...), un ambiente lleno de encanto y en el que poder degustar vinos de todo el mundo a buenos precios. Imprescindible. También básica es la visita a Da Pippo, una trattoria que nos transporta directamente a Sicilia y en la que es realmente complicado encontrar sitio, lógico teniendo en cuenta sus reducidas dimensiones y que sirven, por ejemplo, la mejor pasta "frutti di mare" que he probado en mi vida. Mucho mejor de lo esperado resultó la visita a Peppino's, el típico lugar donde te ponen la lista de todos los famosos que han comido allí (Brad Pitt, Madonna, Daniel Craig... o Amenábar) pero que se mostró absolutamente sólido en la mesa y con un servicio más que notable. Más apropiado para una cena informal pero con una vistas espectaculares y una atención a la altura de lo esperado, el Quarter Deck del hotel Hilton, así como el cercano Café Portomaso y sus espectaculares tartas.
En definitiva, autos locos, atardeceres espectaculares, aguas transparentes y buena gastronomía. Pensándolo bien, no ha estado mal, ¿no?
En definitiva, autos locos, atardeceres espectaculares, aguas transparentes y buena gastronomía. Pensándolo bien, no ha estado mal, ¿no?