El otro día estaba repasando el último número de octubre de la revista Restauradores, que incluye el especial 'Mejores vinos españoles 2010', y me encontré con alguna grata sorpresa. Por ejemplo, que en dos de las categorías, Blancos y Rosados, Chivite se llevara las notas más altas (con un 98 sobre 100 por su imprescindible Blanco Colección 125 Chardonnay de 2007, así como un 92 sobre 100 al Rosado de 2006 de la misma Colección). Mención de honor merece también el Moscatel Vendimia Tardía 2007 (nuevamente de la Colección 125), que se lleva un destacado 94,5 sobre 100 en la categoría de 'Mejores vinos generosos y dulces'.
Este pequeño repaso me ha hecho pensar en que la familia Chivite –respetando siempre la tradición desde el corazón de Navarra– está recogiendo los frutos de un trabajo y una gestión ejemplar. Once generaciones son ya las que han sabido adaptarse a los tiempos y alimentar la grandeza de su nombre. Ejemplo de este afán de progreso fue, en 1988, la adquisición de la finca Señorío de Arínzano. Con Fernando Chivite a la cabeza, las bodegas Arínzano han experimentado en los últimos años una evolución espectacular, desarrollando las técnicas más avanzadas de producción y explotando cada cultivo de sus extensos terrenos como nunca antes se había hecho.
¿El resultado? Unos vinos con la calificación de 'Vino de Pago', máxima categoría que puede obtener un vino en España (superior a la de Denominación de Origen) y unas bodegas que han sido rediseñadas por el arquitecto Rafael Moneo para dotarlas de unas condiciones óptimas y un aspecto espectacular. El objetivo es que tanto las barricas como el visitante que hasta allí se acerque sientan profundamente los beneficios de un entorno privilegiado. Y desde luego, lo consiguen (por José María Álvarez).