lunes, 2 de noviembre de 2009

Nueva York, paraíso de la hamburguesa




Hace no mucho os hablaba de mis hamburguesas preferidas en Madrid. Pues bien, hoy os voy a hablar de mis dos sitios imprescindibles en Nueva York (aunque seguro que hay decenas más). En primer lugar, y dentro del perfil 'gourmet', está la imprescindible "hamburguesa más cara del mundo" en su momento (costaba 99 dólares, ahora sólo 32) que sirven en el DB Bistró Moderne del premiado chef Daniel Boulud. Una exquisitez realizada con carne de ternera de primera calidad que incluye en su relleno trufa, foie, raíz vegetal y carne de costillas a la brasa. Para aderezarla, parmesano, compota de tomate –en lugar de ketchup– y mayonesa casera: y todo ello servido en un magnífico pan "que lo aguanta todo". Ah, y para acompañar, hay que elegir entre unas patatas fritas notables o unas patatas soufflé de auténtico escándalo. ¿El veredicto? No es que merezca la pena probarla, es que HAY QUE PROBARLA. Eso sí, no es fácil de comer (es la más gruesa que me he llevado a la boca) y el local está apretadito para ser un lugar fashion y de precios poco comedidos. Pero ese ambiente neoyorquino pegado a la Quinta Avenida, el magnífico servicio y el buen nivel del resto de la carta ayudan mucho a sentirse realmente cómodo mientras se aborda la complicada operación.


Nuestro segundo objetivo está, sin duda, en una localización sorprendente. Y es que, si no se va avisado, a nadie se le ocurriría asomarse al hall del lujoso hotel Le Parker Meridien para hacer cola y poder entrar en un cutre garito abarrotado donde sólo sirven hamburguesas (podéis verlo en la foto de arriba). Pues bien, y como podéis ver en las fotos, eso mismo es Burger Joint. Por si fuera poco, el servicio es imperioso y poco colaborador, así que algo debe haber para que les aguan
te la gerencia del hotel, ¿no? La clave es que aquí se hacen las hamburguesas tradicionales más ricas que ha probado un servidor, perfectas de tamaño y sabor, acompañadas además de unas patatas fritas bien buenas (y todo ello servido en bolsa pringosa de aceite, por supuesto). Lo curioso, cuando te fijas, es que encima las firmas de las paredes –hay miles de dedicatorias– son de gente tipo Lenny Kravitz, Ashton Kutcher o Kate Moss. Alucinante e imprescindible. ¿Lo peor? Que si quieres repetir, la mera perspectiva de volver a hacer la cola te quita las ganas. Y ya.