
Atxa nunca apostó realmente por esta aventura y sus ausencias para seguir al frente de los fogones de su local de Azurmendi (Lezama) eran la norma, mientras que Freixa se trasladó con todas las consecuencias desde Barcelona, dejando allí a su padre a cargo de una versión más clásica que denominó Freixa Tradició. Algo respetable, por supuesto, pero que no ayuda. Como tampoco ayudó la gerencia del Villamagna con muchas de sus decisiones, lo que provocó tiranteces desde el primer momento. ¿Algunos de los problemas? Atxa tenía la competencia en su propia casa del exitoso Tse-Yang (Freixa es el único gallo en su corral), el uso de la terraza también fue objeto de disputas (por su parte Freixa ha creado la muy agradable Fora, opción informal más que recomendable), tenía una decoración fría e impersonal (no me mata la de Freixa, pero es otra cosa), los precios eran muy altos incluso teniendo en cuenta que hablamos de un restaurante de ese nivel (y ya sabemos que un restaurante así no se monta para ganar dinero)... Un fracaso, en resumen, que puede achacarse a ambas partes y que empobrece un poco el panorama gastronómico madrileño. Esperemos, al menos, que ambas partes aprendan la lección.
